En algún rincón de la ribera del Sinú aprendí que la resiliencia no es un concepto de moda: es un acto de supervivencia. Lo entendí observando un mangle que se rehace después de cada creciente y escuchando el rumor de las hicoteas cuando regresan al agua después de una captura que no es muerte, sino estudio y liberación.
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Planeta Resiliente nació de esa misma pulsión: contar la vida para protegerla. Aquí, cada palabra, cada análisis y cada reflexión tienen la intención de sembrar preguntas y recoger acciones. No pretendemos competir con titulares alarmistas ni repetir cifras recicladas; preferimos desmenuzar lo complejo, traducirlo para todos y abrir un espacio donde la ciencia y la comunidad se encuentren sin intermediarios.
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Este portal no es mío ni de unos pocos: es un refugio para quienes creen que, a pesar del ruido, siempre habrá tiempo de reinventar la relación entre nuestra especie y el resto del planeta.
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Hoy doy la bienvenida a esta Columna Resiliente como un susurro persistente que se convertirá en eco, página tras página, conversación tras conversación. Que cada lector encuentre aquí una chispa para encender su propia forma de resistir y florecer.
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