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Planeta Resiliente

Humedales: la memoria líquida que insiste en salvarnos

junio 16, 2025

A veces olvidamos que un humedal no es solo agua quieta o pastizal anegado: es un corazón que late lento, filtra silencios, modera excesos y guarda, sin jactarse, la memoria de lo que fuimos y de todo lo que podemos perder. En Córdoba —y en toda la planicie Caribe— los humedales han sido el susurro de los peces que regresan, la pista de aterrizaje para aves migratorias que cruzan continentes y la despensa viva para comunidades que aprendieron, generación tras generación, a leer su pulso.

ciénaga de lorica

Allí se pescan historias: el pescador que espera la subienda, la garza que enseña paciencia, el niño que descubre que el barro bajo sus pies es hogar de larvas, ranas y peces diminutos. Pero hoy, la frontera agrícola que se extiende sin freno, la urbanización que ignora corredores de agua y nuestra costumbre de verlos como baldíos, los acorralan y los reducen a charcas sin alma, escombros fangosos a merced del olvido.

No exagero cuando digo que cada metro cuadrado de humedal amortigua un futuro más extremo: menos agua dulce, más calor en la ciudad, inundaciones inesperadas y especies que desaparecen sin que nadie registre su partida. Si algo he aprendido caminando entre totoras, lirios y manglares ribereños es que la naturaleza insiste en darnos segundas oportunidades: un humedal degradado puede sanar, pero necesita respeto, tiempo y manos comprometidas.

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Hoy, cuando nuestras ciudades se recalientan y nuestra sed crece, empezamos a valorar lo que estos ecosistemas silenciosos sostienen: sombra, peces, aire más limpio, suelos fértiles. Y lo hacen gratis, sin contrato, sin facturas mensuales. La deuda, en todo caso, es nuestra.

Quisiera que cada lector de esta columna observe su barrio, su vereda, su corregimiento y se pregunte con honestidad: ¿Qué humedal —pequeño o grande— me protege cada invierno, me da de comer cada verano, y aún no he defendido?. Que después de la pregunta venga la curiosidad, después la voz que persuade a otros, y finalmente la acción: restaurar, vigilar, educar.

Porque proteger un humedal no es un acto romántico: es resistir, es planificar un futuro menos tóxico para nuestros hijos, es dejar un testimonio de cordura en tiempos de sequía moral y ambiental.

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💧 ¿Conoces un humedal que merezca ser contado y protegido? Escríbeme tu historia, comparte tu fotografía, tu anécdota. Aquí, en Planeta Resiliente, tu voz puede convertirse en la chispa que despierte a otros a cuidar nuestra memoria líquida.